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Jefas de hogar como CEOs: los dilemas que enfrentan las mujeres al trabajar.
Discriminación de género, falta de corresponsabilidad en los cuidados, división sexual del trabajo... realidades que dificultan a las mujeres incursionar en el mercado laboral
POR ALICIA CASTRO
22 DE AGOSTO
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En una conferencia reciente organizada por la Unión Costarricense de Cámaras y Asociaciones del Sector Empresarial Privado (UCCAEP) sobre Mujeres en el Mundo Empresarial, la Primera Dama de la República, con el fin de dar un espacio para reflexión, nos contó una anécdota sobre una mujer allegada a ella a quien le fue ofrecido un puesto gerencial para el cual tenía todas las capacidades y estudios necesarios.

Al momento de recibir la oferta, esta mujer se cuestionó si aceptarla o no, ya que además de su trabajo “oficial” tiene otro en casa: ser jefa de hogar. Doña Claudia reflexionó que, de haber sido un hombre, éste sin duda habría aceptado de inmediato. Las mujeres, en cambio, tendemos a darle vueltas en la cabeza a las decisiones que tomamos pues normalmente consideramos las repercusiones que podrían tener en otras esferas de nuestra vida. Esta mujer en específico terminó aceptando el trabajo y desempeñándose extraordinariamente en él.

A veces nos detenemos ante las oportunidades por miedo a descuidar nuestras otras responsabilidades. La vida familiar es una de estas responsabilidades, y puede provocar que las mujeres consideren la vida laboral como algo inalcanzable - ese “llamado a la maternidad” o cuidado del hogar que nosotras mismas, sin darnos cuenta, atendemos como prioridad, por miedo a “fallar como mujeres”.

La brecha de género se visibiliza en muchísimos, sino todos, los ámbitos de nuestras vidas. Esta se refleja en el área laboral - producto de la desigualdad en otros ámbitos - y eventualmente influye en los aspectos cotidianos que dependen del trabajo: un ciclo vicioso que debe romperse.

Pero, ¿cómo romper este ciclo?

Según comenta el periódico Semanario Universidad en una nota reciente en la que analiza el Tercer Estado de los Derechos Humanos de las Mujeres en Costa Rica - un estudio realizado y publicado por el Instituto Nacional de las Mujeres (INAMU) -, existe evidencia de esta problemática: en el año 2017, por cada 100 mujeres que no pudieron trabajar por atender obligaciones familiares o personales, hubo solamente un aproximado de tres hombres que se enfrentó a esta misma dicotomía. A finales del 2018 se determinó que, del 80% de los costarricenses que son parte del mercado laboral, existe una brecha de 27 puntos porcentuales entre hombres y mujeres.

No vamos a llover sobre mojado: no estamos reiterando solamente que no existen suficientes oportunidades para que las mujeres tomemos partida en la fuerza laboral - más bien, queremos hablar de porqué no lo hacemos. ¿Por qué no hay suficientes mujeres CEOs? ¿No es cierto que, según estudios realizados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) de mayo 2019, las empresas pueden obtener beneficios - específicamente un incremento en un 20% a sus ingresos actuales - al poner mujeres en los altos mandos?

Conozco varias anécdotas de mujeres que al querer trabajar reciben críticas, descontento y condescendencia por parte de sus cónyuges o círculo cercano. Cuántas veces habrán de escuchar, ya sea una trabajadora del hogar o la gerente de un banco privado: “¿Cómo dejás a los chiquitos en la casa? Mientras trabajás, ¿quién los cuida?” Esto porque se nos asigna automáticamente la labor doméstica y el cuidado de los niños. Damos por un hecho que la mujer es la que debe quedarse en casa criando a sus hijos, y de no hacerlo o hacerlo medio tiempo, se le rechaza. Es una “mala madre”, “trabaja a media máquina”, etc. ¿Será posible que una mujer pueda ser CEO y madre sin que menosprecien su labor en uno u otro ámbito? ¿Por qué no se demanda lo mismo de los hombres?

Con la excusa de que son las mujeres quienes “dan vida”, la participación de los hombres en el trabajo doméstico y en los cuidados del hogar no iguala la inversión que hacen las mujeres, ni en tiempo ni en tipo de tareas. Esta situación las obliga en muchas ocasiones a limitar su desarrollo académico y profesional, o bien, asumir dobles y hasta triples jornadas de trabajo para poder incursionar en el mercado laboral.

Esto sumado a que, según el estudio del INAMU, más de un 90% de las víctimas de violencia doméstica son mujeres. Esta alarmante realidad debería ayudarnos a entender que una mujer agredida puede ser de cualquier clase social y económica, con estudios o no, capacitada o no. Es lógico que las secuelas de una agresión o el control diario que reciben estas mujeres les impida laborar libremente - o trabajar del todo.

Para solucionar esta problemática, es necesario enfrentar la realidad de estas situaciones y llamarlas por su nombre. Existen conceptos que debemos conocer, como discriminación de género, corresponsabilidad social de los cuidados y división sexual del trabajo. No contratar a una mujer recién casada porque puede quedar embarazada es discriminación de género. No dejar a tu compañera trabajar porque tiene que hacer almuerzo y recoger a los chiquitos del kinder se llama división sexual del trabajo… así sucesivamente.

La consecuencia más inmediata de estos prejuicios es la segmentación del mercado en trabajo productivo y trabajo reproductivo, a través de la imposición de roles tradicionales de género que limitan y restringen el desarrollo integral de las mujeres. Ellas se ven a su vez afectadas de manera directa por los estereotipos que persisten en la sociedad, los cuales ponen en entredicho la capacidad que tienen para liderar, administrar y tomar decisiones en el mundo de lo público (INAMU, 2015).

En una llamada telefónica, representantes del INAMU también nos confirmaron que existe en efecto la necesidad de generar reformas que promuevan la plena igualdad en el mercado laboral y la erradicación de la división sexual del trabajo, para lograr una reducción de la pobreza en los hogares liderados por mujeres. Actualmente, la legislación costarricense cuenta con diversas normas y acuerdos internacionales ratificados para apoyar esto. Sin embargo, no es suficiente.

Para reducir - y eventualmente eliminar - estas cifras, se han puesto en marcha muchos esfuerzos: leyes en contra del acoso callejero y el hostigamiento sexual, derechos de maternidad, una red nacional de cuido, entre otros. Si bien debe reconocerse el trabajo de las autoridades en penar estos comportamientos negativos, está en nosotros ayudar a visibilizar prejuicios que en muchas ocasiones nos son inherentes. Un verdadero cambio cultural inicia con nosotros mismos.