La ilusión de elegir cuando todas las marcas pertenecen al mismo gigante

En el mundo del consumo, la mayoría de las personas cree que está escogiendo entre distintas opciones. Una marca para lujo, otra para clase media, otra para algo más accesible. Pero en muchos sectores, esa sensación de variedad es solo eso, una sensación. Detrás de diferentes etiquetas, campañas y estilos, los productos terminan perteneciendo a las mismas empresas gigantescas que controlan toda la cadena.

En moda y lujo, uno de los ejemplos más claros es LVMH, un conjunto que reúne más de 70 marcas bajo un mismo techo. Louis Vuitton, Dior, Fendi, Givenchy, Loewe y Celine parecen competir entre sí, pero en realidad forman parte del mismo holding. La elección entre una u otra no cambia mucho: todas dirigen sus ganancias al mismo grupo.

Lo mismo sucede en el sector de alimentos y productos de consumo. Nestlé posee más de 2.000 marcas, desde cereales desde Fitness hasta chocolates como Kit Kat, pasando por productos como Maggi, Nescafé y ni siquiera nuestras mascotas se salvan siendo Purina otra de ellas. Cada una con su imagen, su identidad y su público objetivo, pero todas bajo el mismo control corporativo.

El caso más evidente de integración es el de Luxottica, que domina tanto la producción de lentes (Ray-Ban, Oakley, Persol) como la distribución en tiendas como Sunglass Hut o GMO. Incluso fabrica monturas para marcas de lujo como Prada y Chanel, lo que la convierte en una de las empresas más influyentes en la industria óptica.

Cuando unas pocas empresas controlan la mayoría del mercado, la competencia se debilita, el incentivo a mejorar precios disminuye y el poder económico se concentra cada vez más.

La marca cambia, pero el dueño no. En muchos casos, la elección no es entre empresas diferentes, sino entre distintas sucursales del mismo gigante.